Amiga escritura

Una vez oí decir a Isabel Allende que eras de las que necesitaban distancia, y me has comprobado que es verdad. Siempre fuiste vanidosa, o, mejor, digna, y no creas que te lo digo en forma de reproche; todo lo contrario, siempre he admirado eso de ti. Yo nunca he aprendido a irme a tiempo; en cambio, tú lo tienes claro: nunca has estado dispuesta a ser segundo plato de ningún comensal, tú no. Conoces tu valor y así mismo reclamas tu lugar. Precisamente sé que por eso te fuiste.

No tengo presente el momento exacto en que nos conocimos por primera vez, pero sí tengo muy claro nuestro primer recuerdo. Yo tenía nueve años y tú no sé, porque nunca me dijiste tu edad. El hecho es que, mientras las demás niñas preferían jugar afuera, a ti y a mí nos gustaba quedarnos dentro, encerradas en mi habitación, jugando a ser las más distinguidas poetas. Tú me dabas una cantidad inimaginable de palabras y yo las organizaba, embelesada y emocionada por el descubrimiento de que la mezcla de mis pensamientos con sentimientos ya no era presa de mi cabeza ni de mi cuerpo; ahora podía vivir también fuera y con suerte, ser entendida por otros. La gran mayoría de nuestro poemario estaba inspirado en mi mamá y la otra pequeña parte, en el futuro gran amor de mi vida. Todavía no sabía que eran y serían siempre lo mismo.

Recuerdo que, con el encendedor robado de mi hermano, quemábamos los bordes de las hojas intentando simular los pergaminos griegos que había visto en la película de Hércules. Nos gustaba pensar que esto, sumado al enorme esfuerzo que hacía por terminar cada letra en un espiral, le iba dar un toque más místico y romántico a cualquiera de nuestros escritos. Nos escabullíamos nerviosas por la casa y los dejábamos estratégicamente en diferentes lugares: algunos, con la intención de que mamá los encontrara; otros, por el contrario, para que nadie de esa época diera jamás con ellos. Eran, según yo, para los próximos habitantes de esa casa, los que vendrían en unos años cuando yo estuviera ya muy lejos de ahí. ¿Te acuerdas?

Fui creciendo y tus visitas se volvieron muy esporádicas.Venías afanada y con poco tiempo para que escribiéramos en mi diario, al cual yo insistía cada vez más en mentirle por miedo a la supuesta certeza de que alguien, algún día, lo iba a leer. Empezamos cambiando los nombres de los involucrados para disminuir el riesgo de interpretación ajena; luego quise que me ayudaras a encontrar las palabras adecuadas para disimular un poco los sentimientos y no parecer tan dramática, tan romántica tan todo. Nunca te gustó ni estuviste de acuerdo en que los disimuláramos, ya lo sé.

Así empecé a dejarme robar algunas de tus palabras, reemplazándolas por claves que ni yo misma podía descifrar. Y tú, con razón, orgullosa y herida, no quisiste volver a jugar. Después las robaron también algunos de mis amigos de la infancia, que, cuando venían a casa, se metían disimulados alguna en sus mochilas. Luego estuvo Fran, mi primer amor, que estoy segura se llevó una buena cantidad, y así, unos cuantos más. Pero nunca hubo un ladrón tan sinvergüenza y descarado como la enfermedad de mi mamá. Esa arrasó con la gran mayoría de las palabras; se llevó tantas que imagino tuvo que vaciar sus bolsillos para hacer espacio, dejándome a cambio sus pertenencias viejas, entre las cuales encontré un miedo que pesaba más de lo que yo a esa edad podía cargar. Y, como si no le hubiera sido suficiente, llamó más tarde a su amiga la muerte para que se encargara de rematar. Las muy despiadadas dejaron caos, silencio y oscuridad. ¿Cómo ibas a quererme visitar? No había palabras, no había luz, no tenía espacio ni fuerzas para limpiar ni hacerte un lugar.

Pero ahora, vieja amiga, han pasado los años y ya vino el tiempo, acompañado de algunos amigos y amantes a los que no les gusta robar, a ayudarme a barrer y organizar. Además, se puede decir que te di la distancia que, dice Isabel, sueles necesitar. Así que espero puedas perdonarme, porque creo que es momento de que vuelvas a visitarme.

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ESCRITURA CREATIVA

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